26.4.07

Vaharada -dióxido- XII

La aceptación de lo terrible lo pudre todo.
Miguel Angel Podestá (Cantautor)
Y acuden muertos vitrificados, parpadeantes.
Y se clava mi indeferencia de sobremesa.
Y los siguen asesinatos,
sin víctimas mortales,
con víctimas mortales,
mortales de necesidad
(voluntades,
confianza)
Más tarde,
siempre demasiado pronto,
acuden los desprecios legales,
tal vez acompañados
por esa historia derrumbada.
Ahonda aun más la aguja de mi indiferencia de sobremesa.
Y pregunto el punto de putrefacción
a mi alma,
a mis ojos
y a mi lengua.
Se descomponen lentamente
por no pronunciar la acusación
sobre la evidencia.
Tan culpable yo
como el que alza el arma
(metálica,
de papel,
de hambre)
Tan culpable...
como el resignado
a una vida tenue.

Vaharada -dióxido- XI

Si existe alguna ley que regule
el derecho a ser oido...
Reclamaré.
Llevaré a juicio a la mediocridad
ética.
No quieren aceptar
la sangre que nos tiñe.
No quieren escuchar
el golpe seco
de los cuerpos que caen si queja.
Cerca del balcón gritaré...
¡Hábeas Corpus!
¡Miradlos!
¡Miradme!
¡A los ojos!
¡Sin ojos!
Empapelaré de instancias
juzgados, congresos, teatros...
Sus habitaciones se pintarán
con el color desalentado
de los que olvidaron la lucha,
por algo mejor,
que no es esto.

Vaharada -dióxido- X

Desperté a los perros.
Aullaron porque vendí mi tierra.
El calor me hizo despertar
en un trozo de agosto.
Un cielo negro
con la estrella más grande de todas.
La coloqué sobre el pecho
junto a unas palabras tenues.
¿Y tú alma? ¿Dónde crees que haya ido?
Abrí la boca para que se fuera
ese potro que cae,
gota a gota,
sobre los murmullos que raspan el suelo.
Reconozco el sonido de esa voz...
Se riza la tarde en olor a pan y mugre.
Aquí no vive nadie.
Yo sólo pienso y me aparto,
para dejar dormir
en su armisticio de caza,
a la jauría.

Vaharada -dióxido- IX

Vendedores callejeros
de vidas bajas en nicotina,
nos ofrecen seriamente
la posibilidad de ser incalculables.
Se desviaron esos tiempos
en los que creí en ellos,
o desee creer.
Sus ojos de cristal
eran pantallas
donde reflejar el paraíso.
Plástico reciclado.
Botellas retornables.
El sol deshojando
una margarita...
El mar...
Ahora, simplemente,
puedo dejar de aspirar
el vaho de la dignidad.
Ahora, simplemente,
no los distingo.

Vaharada -dióxido- VIII

Hay carteles anunciando mi vida,
prediciendo mi vida,
imponiendola sobre cristal.
Siempre me compro
ese jersey que no quiero
y esos zapatos
saturados de moda.
Soy una imitación barata
de los anuncios y series.
El negocio va bien,
de todas formas sólo soy un número
y no me sumo,
o sí me sumo,
según marque el reloj.
Yo, solo vivo sembrando escarcha
en cada hueco.

Vaharada -dióxido- VII

Cada miedo es un puente por atravesar.
Sable de gritos.
Cadena de estrellas.
Un reloj roto.
Si ya se acabó la historia para mi...
Me pregunto por este vaho
que empaña mi juicio.
Escucha...
el canto que desafino.
Disparando balas errantes,
disfrazando coherencia,
balas perdidas...

No todo es justo y excusable.

Vaharada -dióxido- VI

Un cúmulo de ojos,
desgastado sobre la acera,
sospecha del incipiente vacío
que deambula apático.
Acechándome.
Intentando envolverme
en su aliento pertinaz.
Pero ya me asimiló
esta suma contrahecha
que se hace llamar ciudad.
Ya no juego.
No me resisto.
Solo pido no preguntar.

Vaharada -dióxido- V

Derramo pensamientos
de otra vida.
No hay nada que perder.
Latitud de gritos.
El dado de mi rostro
saca el dos, de miedo.
Vas a conformarte.
Seguro.
Lo ponen fácil.
Sabes bien gustar.
Decides no hacerlo.
Arrastrarse
entre losas limpias
no difiere del barro.
Si yo tuviera corazón...
te diría...
a quién escupir,
a quién decapitar.
Pero dilaté
en el parto de mi cuerpo.