17.7.06

Vaharada -asfixia- II

Manos temblorosas llegan a su rostro.
Manos arrugadas,
puntal y cuerda,
nítidas de inepcia.
Acarició,
blancas y grises,
la elástica cara del amor perezoso.
Ese cuerpo atisbado.
No era, pero sí color.
No era, pero sí ídolo.

Besó eximiendo sus pies rotos,
la cabeza sobre la falda,
el resuello entrecortado...

Tenía miedo demasiado pronto,
después de tantos años,
de tantas prórrogas,
de tantas, tantas omisiones.
Frotó alma con cuerpo desnudo,
el olor a vejez la embriagaba.
Su calor sobre la piel descalza y débil,
su presencia usurpadora y postiza.
Aquella boca desdentada y sonriente,
iluminando noches de insomnio,
de enfermedad alevosa.
No estaba solo,
sin saberlo...
Nacía cada tarde,
olvidando quién era y quién fue.
Vomitar de nuevo todo el dolor,
pero siempre queda un poco para más tarde.
Y al final
habitación,
cama,
cuerpo.
No hay muerte más lúcida
que encallar sobre su torso.

Era hermoso...
pensar que todo es posible,
incluso rozar sin rabia,
saborear la linfa de su piel,
tomar sus manos,
sobrevivir reposando...

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